domingo, 30 de abril de 2017

Comiendo en el Restaurante Martín Berasategui de Lasarte





Hace ya unos días recibí un regalo muy especial de mi familia: ir a comer al Restaurante de Martín Berasategui. Aunque el regalo me encantó, mi primera reacción fue decirles que si estaban locos; yo siempre pensaba que alguna vez en la vida me gustaría ir, pero nunca creí que se hiciera realidad.


El pasado sábado, por fin, llegó el momento… Al evento nos acompañaron también nuestros amigos Alicia, Jordi, Marina y Javier.

Hoy, después de la experiencia y todavía con la emoción a flor de piel, me siento tan afortunada que quiero compartirla con todos vosotros.

Al entrar a la sala, lo primero que me llamó la atención fue el gran número de personal atendiendo las mesas, el continuo movimiento de todos ellos, pero de una manera ordenada y perfectamente sincronizada. Cuando empiezas a comer, todo esto pasa desapercibido. El personal es muy atento y cercano; todo milimétricamente preparado y cuidando el mínimo detalle.

Si buscas disfrutar al máximo, descubrir algo especial y sorprendente, lo mejor es elegir el menú degustación; dejarse llevar a través de la trayectoria culinaria de un gran cocinero y así poder saborear desde sus platos más emblemáticos a los más novedosos.

Y así comenzamos un viaje por los cinco sentidos.




Cada plato ofrece sensaciones, sabores, texturas, colores, olores, matices siempre diferentes. Me encuentro allí, ante cada una de esas obras de arte efímeras con pena de romper su estética y, cuando por fin me decido, con pena de que se acaben. Pruebo cada elemento por separado, unos mezclados con otros, extasiada con las sensaciones… Y así hasta el final. Y cuando intento decidir cuál de ellos me ha gustado más, no lo consigo, todos ellos me parecen sublimes. Siento que no he alimentado sólo mi cuerpo…

Y, de forma inesperada, sale Martín a saludar a la sala, con ese carácter campechano; y yo, con mis 50 cumplidos, me siento como una quinceañera nerviosa en busca del autógrafo de su ídolo; me firma mi cuaderno de recetas y le traslado mi más sincera admiración. Pero lo más sorprendente de todo fue cuando volvió para regalarme personalmente una chaquetilla de cocinero firmada por él. Me tiemblan hasta las piernas y me saltan las lágrimas ¡no me lo puedo creer! Todos los que me acompañan la firman también. Fue un momento mágico.




Al final de la comida, tuvimos la oportunidad de poder visitar las cocinas y hablar un rato con su equipo (¡todos ellos tan jóvenes!). Es increíble el trabajo, el sacrificio y el esfuerzo que una cocina de este nivel requiere.   

Yo, una humilde aficionada a la cocina, he decidido que, en mi segunda vida, cuando sea bastante más joven que ahora, me formaré y prepararé, me ganaré esa chaquetilla y trabajaré en su cocina. Así que, Martín, ve preparándome un hueco. No te defraudaré.

Ya de vuelta a casa, mi marido me ha dicho en el coche: “Qué pena que ya se haya acabado este momento!” Y yo le he contestado, “¡de eso nada; esto permanecerá para siempre en el recuerdo!”.




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